domingo, 9 de agosto de 2009

El Nobel para Roth o para nadie

Indignación
Philip Roth
Random House Mondadori
2009, 176 páginas.

Por Juan Pablo Plata

Someter la totalidad de la narrativa de Philip Roth a las señales de una obra llena de sexo, obscenidad y burlas sobre lo judío (fe, identidad, raza, Israel, costumbres, entre otros), es injusto e indecoroso. Su obra es mucho más. Hacer tal reducción es tanto como quedarnos con el último Bernard Lawrence Madoff y decir que él siempre hizo dinero estafando y que nunca fue un self made man y hábil negociante. De otra manera no habría podido timar a nadie. Tenía un buen pasado como ganador en los negocios en Wall Street antes del asunto de las pirámides y por eso pudo engatusar.

Ahora, véanse estos fragmentos de las novelas de Roth contra los críticos y academias cicateros en elogios sobre sus virtudes de prosista:

“La única obsesión querida por todos: el amor. ¿La gente piensa que enamorarse los completa? ¿La unión Platónica de almas? Pienso de otra manera. Creo que uno está completo antes de comenzar y entonces el amor lo fractura”. En El animal moribundo.

“Por Cristo, un hombre judío con sus padres vivos es un niño de quince años y permanecerá así hasta que ellos mueran”. En El lamento de Portnoy.

“Él aprendió la peor lección que la vida te puede dar: la vida no tiene sentido”.
En Pastoral Americana.

“La sociedad americana… no sólo sanciona la vulgaridad y las relaciones injustas entre los hombres, sino que las alienta. Ahora, ¿puede negarse? No. Rivalidades, competencia, envidia, celos, todo lo maligno en el carácter humano es fomentado por el sistema. Posesión, dinero, pobreza- en estos estándares corruptos las personas miden la felicidad y el éxito”. En El lamento de Portnoy.

En Indignación, tenemos al joven Marcus Messner, judío de raza, ateo, hijo único de un sobre protector matarife kosher, con diecinueve años, en 1951. Marcus va narrando, mientras nos va hablando desde el más allá, porque hacia allá lo han llevado una cadena de decisiones con desastrosos resultados: ir a estudiar de Nueva Jersey a Winesburg, Ohio; aceptar la sugerencia de sobornar a un compañero de estudios para no ir a la iglesia luterana, pues es obligatorio en la nueva universidad, y enviar a éste en reemplazo; enamorar a Olivia Hutton, recibir su primer blow job de ella y causar su suicidio; paranoicamente toma instrucción militar anticipada en la universidad, con la esperanza de no estar combatiendo en primera línea en la Guerra de Corea sino en la división de inteligencia si llega a ser expulsado del Winesburg College.

Marcus es un muchacho perfeccionista. Sus metas a los diecinueve se resumen en sacar buenas calificaciones en la escuela y la universidad y en perder pronto la virginidad. Con los planes, es decir, las decisiones hechas para alejarse del asedio de su padre, estudia ciencias políticas en vez de leyes y decide descorcharse con la primera desequilibrada interceptada en su camino, sin anticipar su futuro desastre personal.

A propósito, esta corta novela puede acabar destruida por esta reseña. Entonces es mejor no contar más de la trama. Digo, eso sí, que la enseñaza de esta fábula moral es la de: Puedes creerte muy listo, inmoral y lujurioso, pero la Historia y el destino labrado por tus propias decisiones te agarrarán al final.

La novela lleva unos fragmentos del himno nacional de la Republica Popular China, de donde toma Roth la palabra indignación; de ¿Por qué no soy católico? de Bertrand Rusell y de Breve historia de los Estados Unidos de Samuel Eliot Morison y Henry Steele Commager, integrados todos en la novela con maestría.

En línea con el título, produce rabia, indignación la Academia Sueca: si no le dan el Premio Nobel de Literatura de 2009 a Roth, no se lo deberían dar ya a nadie más. Espero no muera sin recibirlo el querido viejo Roth. ¡Se imaginan el discurso de aceptación en Estocolmo!

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