lunes, 16 de marzo de 2015

El corazón habitado. Últimos cuentos de amor en Colombia.

Ya llegó a Colombia, desde España, EL CORAZÓN HABITADO (Últimos cuentos de amor en Colombia) Editorial Algaida, España. Lo encuentran en Librería Panamericana sucursal de la Calle 170 Kr. 45 y Calle 12 con Kr. 7 Bogotá y en el resto de Colombia. $15.000.

El corazón habitado. Últimos cuentos de amor en Colombia.
Selección y prólogo de José Manuel García Gil

Editado en Cadiz, España (Editorial Algaida), 2010.
La colección Calembé es una iniciativa de la Fundación Municipal de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Cádiz, y se publica en coedición con Algaida Editores.

PRESENTACIÓN:
LUGAR: AUDITORIO
JOSÉ ASUNCIÓN SILVA. FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE BOGOTÁ.
DÍA: DOMINGO, 22 DE AGOSTO DE 2010
HORA: TRES DE LA TARDE.

ÍNDICE DE ESCRITORES PARTICIPANTES:

- JORGE FRANCO “Besos bruscos” (1962)
- SANTIAGO GAMBOA “Urnas” (1965)
- CARLOS CASTILLO QUINTERO “Reunión familiar”(1966)
- JOHN J. JUNIELES “El amor también es una ciencia”(1970)
- MARTA ORRANTIA “Ella y él” (1970)
- JUAN CARLOS RODRÍGUEZ “Funciones” (1971)
- RODOLFO LARA “Sentada en su interior” (1972)
- CAROLINA ALONSO “Silverstone” (1972)
- PILAR QUINTANA “Una segunda oportunidad” (1972)
- ANDRÉS BURGOS “Viernes” (1973)
- IGNACIO PIEDRAHÍTA “Terapia” (1973)
- CAROLINA SANÍN “Una hoja”(1973)
- JUAN GABRIEL VÁSQUEZ “Lugares para esconderse”(1973)
- ANTONIO UNGAR “Darse un paseo”(1974)
- ANDRÉS MAURICIO MUÑOZ “Carolina ya no aguanta más”(1974)
- DIANA OSPINA OBANDO “Compras de domingo” (1974).
- RICARDO SILVA ROMERO “Diagonal”(1975)
- MARGARITA POSADA “Malvados rojos”(1977)
- JUAN SEBASTIÁN CÁRDENAS “Agentes secretos” (1978)
- JUAN ÁLVAREZ “Idioma” (1978)
- GERARDO FERRO “Huevos revueltos” (1979)
- CARLOS FERNÁNDEZ “Aura o nunca” (1979)
- FEDERICO ESCOBAR “Un accidente” (1979)
- JUAN PABLO PLATA “Círculo menor” (1982)
- SEBASTIÁN PINEDA “El pub” (1982)
- VÍCTOR MENCO “¿Quién pagará mi cuenta?” (1986)

El corazón habitado. Últimos cuentos de amor en Colombia.
Selección y prólogo de José Manuel García Gil.
Editorial Algaida. Colección Calambé. Grupo Anaya.
España.
416 Páginas
I.S.B.N.: 978-84-9877-459-7


(Epígrafe)
Después de aquello, se hizo bastante tarde, y ambos nos teníamos que marchar, pero fue genial ver a Annie de nuevo. Me di cuenta de la maravillosa persona que era y… y de cuanta diversión me había aportado conocerla. Y entonces pensé en aquel viejo chiste, ¿sabes? Este tipo que va al psiquiatra y le dice «doctor, mi hermano está loco; ¡cree que es una gallina!» Y el doctor le dice «¿y por qué no le interna?» y el tipo le dice «Lo haría, ¡pero necesito los huevos!». Bueno, creo que eso expresa justo cómo me siento con respecto a las relaciones: ¿sabes? Son totalmente irracionales, excéntricas y absurdas y… pero bueno, supongo que seguimos en ellas porque la mayoría de nosotros necesitamos los huevos.

Woody Allen. Annie Hall

Prólogo

Por José Manuel García Gil.

I

El amor da mucho que escribir. Que una fuerza tan elemental llene tantas páginas de la literatura occidental se debe, seguramente, a que condensa todo lo que nos preocupa: lleva en sí el deseo y la felicidad de estar vivos, la angustia del tiempo y el sueño de escapar a la muerte, el anhelo de la libertad, la necesidad de no estar solos y comunicarnos con el otro y la necesidad de compartir emociones, pensamientos y experiencias.

Cuando en 1936, Walter Benjamin constataba la crisis del arte de contar, añadía que la misma provenía precisamente de la privación de la facultad de intercambiar experiencias. Verdaderas experiencias. Y sugería volver a los sabios para recuperarlas: a los que han viajado mucho y a su vuelta traen en su relato peripecias de los espacios lejanos a los que han ido y, en segundo lugar, a los que han oído numerosas his torias de su lugar de origen y las transmiten. Ambos contagian, según el escritor alemán, experiencias y radian indicaciones prácticas sobre la vida.

Treinta años después, Frank O’Connor le corrige y sostiene que los cuentos proceden de las voces solitarias de la sociedad. Es decir, el cuento contemporáneo prescinde de esos héroes que habían partido, sufrido y triunfado en los renglones de la literatura anterior, y presenta a figuras necesitadas, humilladas o perplejas —lo que Simone Weil llamó los «seres de desgracia»— cuyas peripecias serán las que construyan una nueva morfología del relato.

Estos cuentos colombianos que se disponen a leer responden, de algún modo, a estas dos cuestiones: recuperan lo sugerido por Benjamín, es decir, la experiencia de contar, en este caso, esos usos amorosos en una época que refuta la solidez y la durabilidad de las emociones y sentimientos y muestra, a la vez, su preferencia hacia las voces solitarias, pues en el amor uno se siente paradójicamente solo, indefenso, en esa vivencia convulsa, en ese impulso que nos lleva a buscarnos fuera de nosotros mismos.

El héroe principal de estas historias son las relaciones humanas, protagonizadas por hombres y mu- jeres, contemporáneos nuestros, que al sentirse fácilmente descartables y abandonados a sus propios recursos, andan siempre ávidos de la seguridad de la unión, desesperados por relacionarse, por conectarse. Y que, sin embargo, desconfían de estar relacionados porque temen que ese estado, impenetrable y enigmático, pueda de un dulce sueño transformarse en una atroz pesadilla. Todas son secuencias de lo cotidiano, carne de la celebración impecable de unos pecadores en la atmósfera intemporal que rodea la paradoja de unas emociones a las que estos escritores aportan su mirada escéptica y solitaria, irónica y lúcida.

El amor, lo que normalmente se entiende por amor, recordaba Rosa Montero, es, de entrada, como toda la literatura, una mentira, una sustancia imaginaria, un espejismo que se beneficia de varios milenios de celebración teatral y novelesca. Y de la apuesta exagerada de toda una civilización por su sostenimien to. Ahora bien, la pasión, esa inmadurez eterna que lo engendra, es un espejismo sustancial, una ficción de altura, a menudo la mejor fantasía que puede llegar a inventar una persona en toda su vida, aquella que eventualmente puede llevarnos a un cambio en el mundo.

En El espejo de las ideas Tournier viene a decir algo como que, en aras de ese posible maravilloso, todo lo que no toleraríamos jamás a un amigo, un acto de vileza, por ejemplo, lo toleramos y lo aceptamos en el amor, pues el amor, en ocasiones, y al contrario que la amistad, también se alimenta de la vileza, de la co bardía, de la bajeza. Ahí está la necesidad de amar a quien nos daña; o el deseo del daño y del dolor. Y el peligro como acicate del deseo. El sexo como venganza y como combate. O la necesidad de destruir aquello que quieres. El amor y la historia, están llenos, como estos cuentos, de ejemplos que certifican ese aspecto dual que nos tiene desde tiempo inmemorial bastante confundidos.

II

Aunque no todos sepan situar Colombia en el mapa de América, sí que saben de su existencia por el grueso de frases hechas e hiperbólicas con las que ha sido descrita por el resto del mundo. Un tobogán de citas que la sitúan durante un minuto en el paraíso y un minuto después en el infierno. Un país que emerge con todas sus lacras, pero también con todos sus brillos. Un país donde en un acto se habla el mejor español, con la mejor tradición de poetas o lingüistas, y en el acto siguiente narcotraficantes estrafalarios o sicarios verbalizan el más incongruente de los códigos de honor.

O nos imaginamos el país envuelto en el aroma del café más suave del mundo o como la tierra donde la violencia se respira como un elemento más del aire; la patria del Nobel de literatura más popular y global, pero también la de la guerrilla, los paramilitares o de capos de la droga; el mágico lugar donde la gente llena durante días cualquier recinto donde hablen escritores o el trágico donde proliferan los secuestros, las desapariciones, los desplazamientos masivos y las matanzas cometidas con la mayor sevicia.

Una suerte de enigma, de sorpresas, de rupturas y zonas intransitadas, esta Colombia de brumosa rea lidad en la que se abren paso las voces aquí recogidas para abordar sus emociones y sentimientos en medio de un escenario cuya intensidad les desborda a la vez que les enfrenta de un modo acelerado y abreviado con su vorágine de tiempo, felicidad y penas.

III

Durante décadas la literatura en Colombia dio la impresión de estar sometida a la férrea etiqueta del
«realismo mágico», cuya hegemonía pareció intocable bajo la sombra de un García Márquez transformado en gurú de sus letras. Sin embargo, empiezas a des- granar la lista de autores y muchos y muy buenos se han ido despegando del «modelo napoleónico del escritor latinoamericano». Nuevos escritores —podrían citarse, entre otros, a Jorge Franco, Mario Men- doza, Santiago Gamboa, Laura Restrepo, Efraim Me- dina, Octavio Escobar, Ricardo Silva, Antonio García, Juan Gabriel Vásquez— que oponen una nueva épica, o una huida al desierto, con evidente resonancia, des- pués de tantos años de selva portentosa.


Colombia no tiene un autor que, como Borges, Cortázar o Julio Ramón Ribeyro, deba su fama a este género tan mal comprendido que es el cuento. Las ficciones breves que allí se escriben hasta 1950 perte- necen más a las formas antiguas del relato: la tradición oral, el folclor medianamente estilizado, el cuadro de costumbres. Y, aunque las que se escriben después de esa fecha no nos permiten hablar con exactitud de una nueva generación de cuentistas colombianos, sí que evidencian un cambio de actitud hacia un género considerado siempre como la cenicienta de las letras. El camino del cuento ya no es, por tanto, para esta épo-ca, excepcional, sino que es apreciado cada vez más como un horizonte estético en sí mismo, como una posibilidad a la que los autores se entregan con devoción y que les sirve, sobre todo a los más jóvenes, de carta de presentación en el mundo literario. Todo esto ha generado una desigual eclosión del género a través de antologías realizadas con los pretextos más diversos (temático, y surgen cuentos eróticos, de mujeres, urbanos, caníbales, de ciencia ficción o de la calle y geográfico y entonces el cuento puede ser bogotano, barranquillero, vallecaucano, antioqueño, caldense…).

Lo cierto es que la lista de cuentistas es amplia y sigue creciendo. Un hecho importante es que muchos de estos narradores surgen alrededor de revistas alternativas, de blogs, lo que evidencia no sólo la existencia del género, sino su novedad y exploración temática y formal y la presencia por estas vías de algunos autores que merecen mencionarse y salir del silencio editorial o crítico.

En el origen de este giro literario se encuentra un saludable eclecticismo y los logros más notables en el terreno de la intertextualidad. Estamos de regre- so de lo que hicieron los autores del boom y es la in- fluencia de los medios, del cine, de la música, de la red, la que marca el rumbo de buena parte de la lite- ratura colombiana más joven.

Así, en el prólogo de la antología Señales de ruta, Juan Pablo Plata advierte: «Maduros en su proceso vital y literario, los autores parecen desleír las teorías sobre el cuento de los maestros del género narrativo —Poe, Quiroga, Cortázar, Anderson Imbert, etc.— con el olvido de ensayos y decálogos que antes eran pre- ceptivas y guías fijas, para ser hoy pequeñas sugeren- cias. La libertad en voces, tonos y referencias mass media o transculturales permiten cuentos con enrique- cedoras menciones televisivas, cinéfilas y librescas, entre otras; cuentos infractores de las señas dadas por los maestros, por intimistas, por usar lenguajes de otras artes, diálogos rápidos y un humor negro en su mayoría, apto para lenitivo de lectores escapistas o bien para aterrizar a estos mismos y hacerlos volver a la realidad.»

La narrativa colombiana actual es prolífica y diversa. En un país donde la literatura está viva es lógico que tenga que haber registros muy variados. Esta antología lo pone de manifiesto y ofrece una heterogeneidad tan amplia como sugerente. Formas, recursos, procedimientos y, sobre todo, dominio del lenguaje, caracterizan esta nómina de autores que tratan de afianzar el papel del relato dentro de una narrativa que, como la colombiana, sigue teniendo en la novela su género más preciado.

IV
Los escritores no son importantes por el lugar donde nacieron sino por lo que hacen en tanto tales, por lo que nos dicen en el momento y el lugar oportunos, de la manera que mejor les sale. Lo colombiano en este colectivo se define, por tanto, como lugar de procedencia o lugar de trabajo. El abandono de las esencias nacionales –la idea de patria y exilio— y políticas –el compromiso—, no erradicadas del imaginario creativo sino reformuladas, hacen que esta literatura aspire a ser de todas partes, a simbolizar cualquier espacio, al desprejuicio territorial, en definitiva. Juan Gabriel Vásquez en su propuesta Al filo de la navaja: diez cuentos colombianos ya señalaba cómo algunos de estos autores habían pasado la mayor parte de su vida adulta fuera de Colombia (Santiago Gamboa ha vivi- do en tres países, Antonio Ungar en cuatro, Juan Álvarez y Carolina Sanín viven en Nueva York o Juan Sebastián Cárdenas y Juan Gabriel Vásquez en España). Otros tantos han viajado a lo largo y ancho de este mundo, lo que les ha curado el apego. Muchos son periodistas o están relacionados con la comunicación. Son autores que miran hacia fuera: por la razón que sea, su proceso creativo se ha visto irremediablemente expuesto a las influencias más diversas. Como señala Orlando Mejía Rivera, estos escritores «reflejan códigos y situaciones de la Colombia de hoy a pesar de que están, simultáneamente, en la dimensión del arquetipo universal». Y se nota: una poética que, al contrario de lo que le sucedió a Borges o a Cortázar, «ya no tiene que explicar sus querencias extraterritoriales, ya no tiene que entonar un complicado mea culpa cada vez que decide ubicar un relato en otro lugar del mundo o usar un texto clásico como metáfora o como pretexto.» Cuando la realidad colombiana asoma, lo hace distraídamente, casi pidiendo disculpas por entrometerse en los complejos destinos individuales: en los del amor, en nuestro caso.

V

Como el mundo cambia tan aceleradamente en los últimos decenios, expresar las sensibilidades del presente requiere una constante renovación generacional. En El amor en los tiempos del cólera del omnipresente García Márquez las relaciones amorosas avanzaban a través de mensajes enviados por medio del telégrafo. Un amor de hoy va por mails, por teléfono, chat, sms, mensajes de móvil a móvil… Todo cambia. Los sentimientos quedan, hasta las palabras para expresarlos se repiten, pero el medio y la sensibilidad se renuevan.

En el curso de sus nueve siglos de historia, la cultura amorosa ha conocido diversos deslizamientos del centro de gravedad, rupturas de la gramática y de prácticas, modas, pero también prolongadas continuidades, umbrales y mutaciones repartidos a lo largo de su dilatada peripecia.

Ahora bien, por profundas que sean, dichas mutaciones no deben hacernos perder de vista que el invento occidental del amor ha legado a la sensibilidad humana un estilo, un ideal en cierto modo imperecedero que ha conservado rasgos casi permanentes. La transformación de la intimidad, la división social de los sexos, se ve recompuesta, reactualizada bajo nuevos rasgos.

No vivimos hoy igual que hace cien años, tampoco nos relacionamos de la misma manera. El afecto ahora se adecua a cualquier entorno, tal como el agua a cualquier recipiente —de ahí que se hable de amor líquido—, de manera efímera, empírica. Pero, a pesar de todos los males y todas las desgracias, el nuevo desorden amoroso sigue declinándose en la pareja. Se ha diluido la idea de duración y la gente gestiona su biografía sin la idea de un proyecto a largo plazo, pero permaneciendo la pareja como un residuo de vida sólida en la vida líquida. Sería fácil decir que «nadie se casa hoy con nadie», pero así es. No hay pactos políticos, ni acuerdos internacionales, ni conciertos contra el cambio climático, ni vida conyugal.

La nueva pareja abandona, en todo caso, su formato asimétrico tradicional y se convierte en una –son palabras de Vicente Verdú— open source, cuyas partes pueden llegar de cualquier parte y con orientaciones sexuales de todo tipo. Ni faltará la sexualidad, ni la amistad, ni la ternura ni la mapaternidad puesto que su diseño no responderá a un patrón preestablecido. Las relaciones se han ido transformando o reorganizando a lo largo de un combate continuo y en medio de un sistema capitalista que las complementa. Hombres y mujeres se acostaron con la ideología de la fidelidad y se despertaron con las páginas web que organizan adulterios. En un entorno nuevo y sobrecargado de referencias subjetivas al mundo amoroso y afectivo, ambos se muestran paradójicamente cada vez más fríos. Y en todo este desconcierto de experiencias humanas hunden su pluma estos escritores colombianos para contarnos fragmentos de una realidad que, por literaria, nunca ha sucedido.

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