Por Juan Pablo Plata.
Porque lo vi en escritores, poetas, cenáculos, tertulias y en universidades con facultades de literatura y / o creación literaria, entre otros, puedo decir que la Generación Beat y el malditismo mal digeridos, por ejemplo, han hecho mucho daño a muchos literatos en ciernes o ya viejos o mejor, y en aras de la verdad, estos mismos y no las obras, se han hecho daño por entender mal lo que tan claro está en las vidas y obras de los íconos a quienes nunca podrán alcanzar, por no entender como las polillas ante un foco que lo que encandila y atrae muchas veces quema y acaba. Este fenómeno lo he podido constatar en el hemisferio occidental, en Latinoamérica y Estados Unidos. Así que no sé cómo sean las cosas en otros lados.
Para desglosar lo anterior, pongamos el caso de un(a) señor(a) de cincuenta años y un(a) muchacho(a) de diecinueve, que al fin y al cabo, son el mismo, pero que, tal vez, tienen mínimas diferencias en la cantidad de años, lecturas y experiencia.
Este señor y muchacha son ávidos lectores de Charles Bukowski, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Rafael Chaparro Madiedo, Andrés Caicedo, Jack Kerouac, Efraim Medina Reyes, Allen Ginsberg, los Nadaístas, Raúl Gómez Jattin, Porfirio Barba Jacob, el poeta peruano Luis Hernández, Rodolfo Fogwill, etc. En fin. Con esta breve enumeración se puede hacer una idea el lector de la entrada.
Ahora, las vidas de estos autores y en algunas ocasiones sus obras literarias o viceversa, llevan bohemia, rebeldía manceba y otra con causas justas, además de la ingesta inconmensurable de alcohol y el consumo de drogas. Sus obras y existencias son alicientes para escritores jóvenes y eso estaría bien por sí solo, pero pasa que estos escritores de diecinueve pueden llegar a cincuenta con el mismo Olimpo personal de autores y con la frustración de haber perseguido una carrera literaria por medios equivocados: queriendo emular las vidas y obras de otros escribiendo inspirados por la estimulación alcohólica, drogadicta y una bohemia calcada de lo que fueron las vidas y obras de los íconos como los citados. La equivocación está en el método y el resultado, pues ya no habrá otra Bogotá igual a la de 1980 – 1990 en la que se basó Rafael Chaparro Madiedo para Opio en las nubes, ni tampoco habrá otra Cali como la de Andrés Caicedo en ¡Qué viva la música! o la París de Charles Baudelaire en sus Flores del mal ni otros Estados Unidos tan alegres e inveterados, resueltos, llenos de Blues, de BeBop-Jazz y amantes de la vida vagabunda y de las personas con sustancia como Dean Moriarty, como en la novela En el camino de Jack Kerouac.
Y no es que no se deba leer y estudiar a estos autores. Al contrario. En ninguna línea sugiero semejante prescripción. Lo que sí deben hacer los escritores-lectores de estos decadentes, malditos, Nadaístas y Beats, es vivir y narrar con distancia y con cuanta originalidad puedan frente a estos íconos y movimientos que les son tan queridos: narrar y hacer la fiesta de los años que tienen en frente sin repetir la plana mejor hecha por otros.
Sirvan acá un par de versos descontextualizados de la canción Nuestro sueño del grupo Niche: Sé que sigo siendo primero, único y verdadero. Y es que nunca te fallé, nunca te fallé.
Por ejemplo: Charles Bukowski y su popular alter ego Henry Charles Chinaski ya hubo y otros no habrá.
No le falles a tus íconos joven escritor: Puedes hacerlo mejor y distinto. Ese sería el mejor homenaje para ellos.