Parece que los haitianos manejan todos los taxis del mundo.
Van por ahí echando de menos esa mitad de isla donde sí pegan los huracanes.
Van por ahí echando de menos esa mitad de isla donde sí pegan los terremotos.
Parece que los haitianos manejan todos los taxis del mundo.
Van por ahí con sus vistosos y ruidosos vestidos alumbrando la vida.
Van por ahí alegres oyendo canciones en patua y francés.
Parece que los haitianos manejan todos los taxis del mundo.
La poesía no está o no sólo está consignada en libros.
Está en todo, así no la veamos siempre.
Está dentro de un taxi que ves pasar al lado de tu auto
donde tienes pensamientos racistas,
pero te pones a pensar en la belleza
que compone un hombre haitiano manejando un carro a toda mierda escuchando música, sin un pasajero en las sillas de atrás, mientras los textiles que cubren su vida, que es su cuerpo, no pueden ser ya más iridiscentes y coloridos: porque no volvería a haber arcoiris ni vudú macumba efectivo.
Parece que los haitianos manejan todas las naves del mundo.
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