Por Juan Pablo Plata.
En un listado e infografía sobre sesenta (60) novelas arraigadas en Bogotá hecho en agosto de 2016 por el periodista y escritor Andrés Ospina─ el hijo de Billy Pontoni, cantante popular por excelencia muy oído en el sur. El mismo sur de la capital colombiana menospreciado de donde salió el novelista Sergio Álvarez autor de La lectora─para el diario El Tiempo se excluyeron novelas como Ciudad Bolívar: la hoguera de la ilusiones de Arturo Álape, El último cartucho de Guillermo Bustamante y El demoledor de Babel de Larry Mejía, entre muchas más obras situadas en el sur de la ciudad como hizo notar en una breve enumeración y queja el escritor Daniel Ferreira. La exclusión señalada por Ferreira puede parecer inofensiva y obrada por la falta de lecturas, investigación y la sencilla escogencia dentro de lo canónico; asentado ya en el mercado literario. Pero puede haber algo más de fondo. ¿Por qué no hubo una novela de Usme, Bosa, Ciudad Bolívar o del escritor Daniel Ángel o Las Filigranas de Perder en un listado tan vasto?
44. Salón Nacional de Artistas.
Ministerio de Cultura y la Alcaldía de Pereira.
Toquica. Caín Press. 2016.
El paraíso de los comemierda se pudo llamar este libro, pero seguro ya eran demasiadas palabras para definir a Bogotá o para ponerlas en un título. Fue la novela editada en 2016 por el Ministerio de Cultura de Colombia y los organizadores del cuadragésimo cuarto Salón Nacional de Artistas celebrado en Pereira, Risaralda. La novela contiene una historiografía de la música electrónica y música en general que mezcla a ratos el ensayo con el curso de la narración donde se describen los sueños perdidos de unos muchachos aculturados que quisieron ser estrellas de la música mientras se hacían adultos y echaban a la borda sus mejores relaciones humanas, en medio del consumo de las más variadas formas de bebidas, drogas naturales, de diseño y fármacos. El autor revela la vida de un grupo de jóvenes de diversos estratos sociales (Norteños y sureños), pero a pesar de sus diferencias terminan unidos para pasar el ocio y dejar de vivir en el aislamiento impuesto por estos mismos estratos y el clasismo para darse cuenta que no son más que humanos con diferencias mucho más valiosas que las establecidas por la economía y las oportunidades aprovechas o nunca halladas de hacer dinero. Al lector foráneo aprovecho para contarle que en Colombia se crearon los estratos socioeconómicos con la buena intención de cobrar y subsidiar los servicios públicos (Agua, energía, recolección de basura, etc.) de acuerdo a las capacidades de los usuarios y lograr a su vez una universalización de estos servicios en los espacios rurales y urbanos. Pero la estratificación no sólo ha traído resultados convenientes, también ha servido para la segregación social y la creación de estereotipos sobre las personas de los estratos: 1.Bajo bajo. 2.Bajo. 3. Medio bajo. 4. Medio. 5. Medio alto. 6. Alto. Es una tendencia que las clases trabajadoras, las personas con menos dinero vivan al sur y en la periferia en las ciudades colombianas y latinoamericanas.
Tenemos a una escritora sin tapujos o complejos en su prosa y en el trato con sus personajes, pues estos suenan latinoamericanos, esenciales y hermosos, en vez de estandarizados por un lenguaje llano y transversal para que los párrafos suenen más neutros y cómodos para lectores extranjeros, digamos, como ocurre en las novelas televisivas, sin los giros del idioma español propios de las regiones colombianas (Acento y jergas de Cartagena de Indias, Bogotá; el Parlache). Esta decisión por un tipo de registro local en la narración y en los diálogos le sirve a Melba para indicar el clasismo y discriminación en la sociedad colombiana gracias a la grandísima desigualdad económica del país en toda su historia republicana y a una suerte de dejo colonialista en que el color de la piel, la región y el estrato social definen desgraciadamente las oportunidades de movilidad social, el rigor o la laxitud con que se es tratado ante la justicia gubernamental y, lo que es peor, el grado de respeto y subordinación de una persona afrodescendiente, mestiza o india ante las personas que tienen más dinero o un fenotipo o apellido foráneos.
En esta novela merece ya una reedición y su autor la publicación de sus obras inéditas que incluyen una novela, Gas guru, sobre la secta Aum Shinrikyō y una traducción de la Trilogía Illuminati de Robert Shea y Anton Wilson. Si la traigo a colación ahora es porque en esta novela hay un personaje que es el familiar de un senador del Congreso de la República de Colombia quien queda impune después atropellar a unas personas en la Avenida Chile, Calle 72, de Bogotá gracias a sus conexiones con el poder estatal y su capacidad económica. Lo que quiere decir que si estos mismos hechos referidos en la ficción le pasaran a un personaje sin medios económicos o contactos clave con el poder, la condena y castigo por el accidente no se habrían hecho esperar en su peor versión y cumplimiento sin rebajas.
Un niño es adoptado por una familia con mayores capacidades económicas que su madre natural. Los contrastes de clase social y el apaciguado surgimiento de la conciencia de adultos entre los niños hace de esta novela un raro y suntuoso atisbo a los primeros años de la vida de los humanos.
Juan Andrés Leguízamo Manzanares.
Psique.
Libro de cuentos a la vez que novela en que personajes bogotanos del norte y del sur se encuentran en los calabozos de las denominadas UPJ (Unidad Permanente de Justicia) y en las calles a desvariar, pasar las horas y reconocer en la prohibición la trampa hecha y en el castigo la ley. Se percibe en este y en los anteriores cuatros libros como si la ley en Colombia estuviera hecha para que fuera cumplida en los estratos socioeconómicos inferiores, por allá en el sur de las ciudades y los departamentos del sur y en la periferia del país donde oyen con impudicia a Billy Pontoni, la nueva ola, el Charrito Negro y Uriel Henao, entre otros, mientras otros listan la realidad sin mucho tino e inclusión sobre las novelas clave de la capital de un país andino.
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